HISTORIAS DE SEXO para levantar el rating.
Cap. 1.3

Otro silencio inmenso, de unas 6 milésimas de segundo más o menos. Y luego unas risas. El momento de incomodidad ya había pasado. Yo estaba en el borde de mi silla. No sé cómo, pero me arrimé más todavía y aún seguía sentado. Ella no hizo ademán alguno de levantarse o acercarse. No me importó demasiado. A esta altura no había vuelta atrás. En un mismo movimiento puse mi mano derecha en su rodilla y me acerqué a ella. Y fue todo muy típico. El primer beso, corto, como para tantear, para buscar aprobación. El segundo fue de ella, levantándo su espalda de la pared y tomándome del cuello con las manos. Obviamente más largo, fue el beso respuesta.
Luego de unos diez, quince, cuatrocientos minutos (¿quién puede calcular el tiempo en esas circunstancias?) de estar matándonos en la cocina contra la pared y explorando con nuestras manos por debajo de la remera del otro, decidimos que seguir ahí no daba. Ella estaba sola, los viejos de viaje, el hermano que no volvía hasta la noche. Encaramos para la habitación golpeando mesas, pegándonos en paredes y marcos y llevándonos por delante un par de sillas. Todo muy cinematográfico.
Sorprendentemente, entrar en su habitación fue como atravesar un manto mágico que nos transportara a la realidad, llámese responsabilidad. De golpe dejamos de besarnos y nos miramos. Fue increíble que los dos al mismo tiempo hayamos pensado lo mismo y se lo hayamos dicho al otro. En conclusión, no había forros. Yo no tenía, ella tampoco.
Recordé de inmediato mi primera vez. En esa ocasión tampoco tenía y había tenido que salir a buscar en el medio de la fiesta en la que estaba.
Bueno, pará, pensá. El hermano. Tiene que tener. Bah, no sé, era pendejo. Y no vamos a ponernos a revisar. ¿Qué hacemos? Es temprano.
-Bueno, no hay problema. Compro en el kiosko de abajo-, le dije, a riesgo de que todo se enfríe y me conteste que sería mejor que me vaya o cualquier otra cosa. Uno siempre está instintivamente pensando en lo que podría pasar de manera negativa. Nada de imaginarme que yo vuelva y ella me esté esperando con velitas prendidas y lencería sexy.
-OK. Pará que te doy las llaves asi no bajo yo-, me contestó estirándose la remera hacia la cintura,-te espero.
Creo que bajé, corrí los treinta metros ida y vuelta al kiosko y volví a subir al depto en menos de veinte segundos.
Entré por la cocina. Las sillas estaban en su lugar y la ornalla con la pava estaba apagada. Sentí música que venía del fondo del departamento. Pasé por el living y fui para su habitación. Me detuve en la puerta, debajo del marco. Ella estaba de frente a su cama, vestida con su jean y su remera, pero descalza. Bob Marley sonaba de fondo, muy bajito. Se dio vuelta, me miró y vino hacía mí. Yo estaba parado, con mi campera de jean puesta y la cajita de Prime azules en la mano. Ella se acercó, me sacó la cajita de la mano y la arrojó para atrás a su escritorio. Con esa misma mano agarró la mía y tiró hacia adelante. Con la otra cerró la puerta por detrás mío y trabó la cerradura.

(Continuará)